Había una vez un Sol que no le gustaba madrugar.
La Luna estaba cansada porque el Sol le hacía trabajar cuando ya debía ser de día.
Y eso era muy duro, porque ella también quería descansar.
El Sol y la Luna no paraban de discutir porque ninguno de los dos quería salir al cielo.
El Sol decía que prefería dormir y dormir, porque pensaba que el día era aburrido.
- Tú por lo menos tienes a las estrellas, que te hacen compañía, pero yo... estoy solo en el cielo durante todo el día - decía el Sol.
- Pero la noche es oscura y silenciosa, de día puedes ver muchas más cosas - contestaba la Luna.
Así, hablando, entendieron que tanto el día como la noche tenían cosas importantes y, juntos, sin enfadarse, podrían juntarse un ratito todos los días para contarse todas las cosas bonitas que habían visto durante el día y durante la noche.

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